miércoles, 30 de enero de 2008

ASI SOMOS, ASI JUGAMOS

Patatas y cerveza.

Vistiendo los colores.

Tabaco de liar.

El fotógrafo.

Y el fanático loco.

Pues, andando... camino de la horca.

Colocando el escenario.

Sonrisa de goblin.

Tácticas susurradas.

Desplegando.

Uyyy que de gente...

¿¿¿Cómo puedo tener tanta potra???

El juez, siempre de negro.

Creo que voy a palmar ahí.

No llega.

A cuatro manos.

Maldito hombre-rata.

Sin dormir.

Cansados.

Dan, aturdido.


miércoles, 16 de enero de 2008

LA BATALLA DEL ESQUELETO

Por Litri.-

La noche caía sobre Mordheim y la bruma amenazaba con inundarlo todo con su manto impenetrable mientras Jacob Stendhal buscaba un lugar en el que cobijarse. Era un hombre sin miedos. Antaño había sido un mercader de renombre y sus negocios le habían llevado hasta los confines del Imperio, pero el cometa que destruyó la ciudad oscura, acabó también con su fortuna y su familia. Por desgracia para él, aquel día se encontraba lejos de la ciudad que le vio nacer. A su regreso sólo encontró dolor, lo había perdido todo. Hubiera preferido morir junto a los suyos.

Desde entonces, Jacob merodeaba por las derruidas calles de la urbe como un vagabundo. Se negaba a abandonar su antiguo hogar. Jacob conocía hasta el último escondrijo de la ciudad, parecía tener un sexto sentido para la supervivencia. Esa noche había elegido un hueco en uno de los tejados de la calle del cementerio. Desde allí podía arrebujarse en su manta y contemplar todos los alrededores hasta que, al fin, fuera capaz de conciliar el sueño. Le encantaba escudriñar las calles desde las alturas e imaginarse como eran antes del desastre. Eso, y también espiar a los que ahora se habían convertido en los infames habitantes de la ciudad.

Mientras divagaba con la mente en blanco, un sonido extraño captó su atención. Parecía el gorjeo de un pájaro exótico. Pero en Mordheim hacía mucho tiempo que no había más pájaros que los carroñeros. Jacob lo sabía bien, se había convertido en un excelente cazador de cuervos. Miró hacia el suelo y escuchó con atención.

Algo se movía en las calles. Fijó la vista en uno de los edificios y vio claramente como una pequeña cresta asomaba entre los escombros. Una vez más distinguió con claridad el sonido del pájaro exótico. Pero aquello no era un ave, era un lagarto que caminaba sobre dos patas. Abrió los ojos de par en par como una lechuza, la luz de Morrslieb (la luna del Caos) iluminaba las calles. De repente, de entre las sombras surgieron varias figuras reptilianas con movimientos rápidos. Era un grupo numeroso de reptiles con diversos tamaños. Los más pequeños lucían crestas erizadas y corrían de lado a lado escondiéndose tras los muros derruidos en mitad de la calle. Junto a ellos avanzaban de forma decidida lagartos más grandes con colmillos afilados. Portaban armas de hueso y piedra.

Jacob no había visto jamás una criatura semejante, pero no tenía duda alguna, se trataba de un grupo de Hombres Lagarto. En sus tiempos de comerciante, Jacob había conocido a todo tipo de personajes, algunos incluso decían haber cruzado el océano y haber contemplado las costas del Nuevo Mundo: el continente selvático de Lustria. Por boca de hombres semejantes, Jacob había escuchado historias referentes a los seres que ahora se materializaban ante él como si de un espejismo se tratase. Quién sabe de que forma insólita aquellos seres habrían llegado a Mordheim.

Los lagartos se desplegaron por todo lo ancho de la calle y esperaron. Al cabo de unos minutos, una figura apareció ante ellos como salido de la nada. Cayó desde una ventana cercana y se agachó junto al pequeño lagarto que parecía comandar al grupo. Jacob aguzó la vista. Sólo tuvo un instante antes de que la misteriosa figura se escabullera nuevamente por una ventana. Si su vista aún no le engañaba, aquella imagen oculta no podía ser más que la de un explorador elfo.

El líder emitió un sonido silbante y los lagartos prepararon sus armas. Algo estaba a punto de romper la engañosa tranquilidad de la noche de Mordheim.

Jacob miró a lo largo de la calle, allá al fondo junto al cementerio algo parecía avanzar en un silencio antinatural que le heló la sangre. Varias efigies con lanzas prominentes arrastraban sus pies por el suelo empedrado. ¡¡Muertos!! – susurró Jacob conteniendo el aliento. En efecto, los muertos cruzaban la noche seguidos por la figura de un humano enjuto y descarnado. El nigromante se ocultaba bajo una larga túnica negra brillante.

No era la primera vez que Jacob contemplaba a los muertos saliendo de su eterno letargo. Sus años en Mordheim le habían enseñado que había habitantes más temibles que las ratas y los mutantes en las profundidades de aquella ciudad del infierno. Sabía que cerca de aquellas almas errantes, en lo más profundo de las tinieblas, alguien contemplaba la escena con ojos sedientos de sangre. Un ser más antiguo que las rocas que pisaba. Una criatura sanguinaria a la que él llamaba, el ‘Señor de la Noche’. Centró la vista en el edificio ennegrecido del que procedían los zombis. Unos ojos brillaban en lo más profundo de las sombras. Estaba seguro, allí estaba el vampiro, seleccionando su próxima víctima, como un cazador implacable.

Jacob sintió un escalofrío recorriendo su columna de arriba abajo. Había renegado de Sigmar y de los dioses hacía muchos años, pero en aquel momento algo dentro de él rogó a las alturas por que no le hubieran descubierto. La idea de la muerte no era tan terrible, cuando la vida no significa nada. Pero una vez muerto no quería que su cadáver despertara condenado a vagar eternamente sin descanso.

Un estruendo le devolvió a la realidad. Una criatura enorme apareció junto a los reptiles atravesando la pared. Era un ser gigantesco, con escamas brillantes y dientes afilados, un Króxigor. Un lagarto de dimensiones descomunales con un gran martillo de piedra entre las manos. La bestia acorazada cargó mientras los pequeños lagartos disparaban sus arcos en dirección a los repugnantes zombis.

En unos segundos una lluvia de proyectiles cruzó la calle. Desde el edificio oscuro una llamarada surcó el aire y fue a estamparse cerca del elfo. Un anciano de barbas blancas y ojos penetrantes acompañaba a los No Muertos. Era uno de los múltiples hechiceros que se ocultaban en la ciudad y sus alrededores.

Jacob no tenía tiempo de ver lo que estaba pasando. Los lagartos rodearon a los muertos y las armas chocaron. De entre las sombras surgió un tremendo lobo sarnoso que, de un gran salto, se abalanzó sobre un guerrero saurio. El animal desgarró la piel del saurio y este respondió con un golpe de maza que alcanzó a la bestia en todo el cráneo.

Mientras, el Króxigor embistió contra un enclenque esqueleto. El cadáver vestía una antigua armadura. Su casco adornado con alas de murciélago denotaba que había sido un gran guerrero en otra era. La bestia acorazada lanzó sus golpes con una lentitud pasmosa y, sorprendentemente el esqueleto esquivó todos y cada uno de los intentos de aquel gigantesco ser. Parecía estar animado por una magia poderosa y extraña. El esqueleto lanzaba cortes con su espada, pero la piel del Króxigor era inexpugnable.

Entre la confusión una flecha brillante cortó la oscuridad de la noche para impactar en el hombro del hechicero. Un disparo certero propio de un elfo. El anciano se desplomó contra el suelo. Los ataques se sucedían. El Króxigor rugió con ferocidad y asestó un golpe certero que descoyuntó al tozudo esqueleto. Acto seguido, los eslizones avanzaron dispuestos a tomar el cementerio. Pero una niebla verdosa rodeó al Króxigor palabras oscuras resonaron desde las sombras y el esqueleto volvió a resurgir animado, una vez más, por un poder sobrenatural. El guerrero ancestral levantó su espada con su sonrisa eterna dibujada en la calavera. El viento sopló con fuerza y en ese instante apareció él...

Una sombra negra surgió del edificio ennegrecido y sobrevoló la escena para caer sobre los desprevenidos saurios. Jacob tragó saliva. El ensordecedor sonido de la masacre le hizo apartar la mirada.

Cuando se hizo la calma, el vagabundo miró por el borde del tejado. Un charco de sangre bañaba la calle bajo el edificio oscuro. A parte de ese, no había ni rastro de los Hombres Lagarto. El Nigromante se frotaba las manos ante los cuerpos sin vida de dos guerreros saurio. Mientras, sus esqueletos los levantaban en vilo para transportarlos hacia el cementerio. La cripta abría sus puertas en la oscuridad del camposanto y de ella manaba una luz mortecina. Uno tras otro los muertos fueron entrando. La puerta de la gran tumba se cerró de golpe, ahogando en su interior la risa nerviosa del Nigromante. Sólo una de las siniestras criaturas quedó guardando la noche. Un esqueleto demacrado vestido con armadura y coronado con un gran casco alado. Un guerrero de otro tiempo que jamás tendría descanso.



Basado en una batalla real. Escenario: No pasarán.

Hombres Lagarto versus No Muertos.