El ‘Pony Pisoteado’ era una de las Tabernas más infectas de Cuttbear’s End, uno de los asentamientos con peor reputación, entre los que rodean Mordheim. En la oscuridad de la noche aquel antro era uno de los lugares más tenebrosos en los que Bjorg Skammelsrud había entrado jamás. Pero era allí donde el hombre que buscaba le había citado. El nórdico había tenido que esquivar varias peleas a la entrada del local y se había refugiado en una de las mesas más apartadas del tugurio junto a los tres hombres que le acompañaban.
Los cuatro conformaban una estampa imponente. Todos eran altos como torres, con melenas y barbas desaliñadas, y todos se escondían tras capas de piel de oso. A pesar de ello, sus armas se adivinaban tras aquellas toscas vestimentas. El más alto de los cuatro, Logan, era un tipo con ojos penetrantes, barba hirsuta y brazos peludos. Tenía una mirada que helaba la sangre y no dejaba de escudriñar la taberna desde el rincón oscuro en el que se encontraba la mesa. Los otros dos degustaban con pasión una enorme jarra de cerveza.
Habían llegado desde las lejanas tierras de Norsca hacía unos meses. Su banda de saqueadores estaba ávida de fortuna y Mordheim parecía el lugar propicio para ello. No eran los primeros norteños que pisaban la ciudad maldita. Antes de ellos una partida de guerreros comandados por otro líder de su tribu, Harald Morgensson, había encontrado su fin en las entrañas de Mordheim. Skammelsrud tenía la intención de vengarlo y, de paso, hacer que sus hombres se bañaran en oro. Después de haberle dado muchas vueltas, había concebido un plan arriesgado. Sabía que Morgensson había pecado de arrogante al intentar explorar la ciudad sin apoyos. Harald era un líder valiente y un hombre sin temores. Creía que sus hombres serían capaces de derrotar a cualquier cosa que encontraran más allá de los negros muros de la urbe sin saber a lo que se enfrentaba. Ese había sido su error. Ahora todos estaban muertos.
Skammelsrud era más cauto. Un líder frío y calculador. Había hablado con sus hombres de confianza y había trazado un plan. Nada más llegar buscarían aliados. Se unirían a una banda fuerte con la que explorar la periferia de la ciudad. Después, una vez que hubieran recaudado el suficiente dinero, contratarían un par de bandas veteranas para adentrarse en la zona más peligrosa. Bandas expertas que conocieran los peligros ocultos que poblaban aquellas calles.
Era un buen plan sobre el papel, pero no había sido fácil encontrar una banda en la que confiar. Mordheim atraía a la escoria más indeseable del Viejo Mundo y ninguna de las bandas con las que se habían cruzado en los asentamientos colindantes era propicia. Los mercenarios de Middenheim, Reikland o Marienburgo, habrían sido aliados perfectos, pero no tenían intención de compartir el botín y sólo se ofrecían a un alto precio. El resto eran rufianes de poca monta o fanáticos de Sigmar con los que era imposible negociar. No había aliado posible. El dinero escaseaba y no podían permitirse contratar a otra banda para que les sirviera de apoyo. Habían llegado a desesperar. El Shamán de la banda les había propuesto ofrecerse como espadas de alquiler hasta que reunieran dinero suficiente, pero separarse sería el fin del grupo. Tenían que arriesgarse.
Decidieron adentrarse en la ciudad y probar fortuna. Llevaron a cabo varias incursiones infructuosas, estaban nerviosos y se daban cuenta que las pedregosas y oscuras callejuelas de la urbe derruida no era el lugar más adecuado para ellos. Skammelsrud empezó a dudar de sus posibilidades, no se sentía cómodo entre las ruinas. Sus hombres estaban acostumbrados a combatir a campo abierto y parecían nerviosos.
Decidió invertir el poco dinero que tenían en contratar un Ogro. No le costó demasiado tiempo encontrar a uno lo suficientemente veterano en el que confiar. Se llamaba Olek y era un adversario temible. Parecía llevar bastante tiempo en la ciudad y decía haber peleado junto a otras tres o cuatro bandas de humanos. Sabía como manejarse en Mordheim y fue de gran ayuda. Olek les llevó a una zona de la ciudad en la que consiguieron encontrar algo de piedra bruja. Eso les dio esperanzas y continuaron explorando olvidándose de su idea primigenia. Los hombres necesitaban acción pero Skammelsrud sabía que era demasiado pronto para correr riesgos. La experiencia le decía que improvisar sólo les traería más problemas.
En una de las incursiones se toparon de bruces con una banda de Cazadores de Brujas. Pensaron durante un segundo que entre humanos no habría problemas, pero aquellos fanáticos no hacían distinciones, en un instante se vieron envueltos en una batalla campal. Por suerte, Olek les había prevenido: “Nadie es amigo en Mordheim”, les había dicho. Lucharon valientemente pero, en mitad de la contienda, de entre las ruinas surgió una rugiente horda de pielesverdes. Los nórdicos se vieron atrapados entre dos frentes y decidieron retirarse. No hubo bajas y pudieron mantener el botín, los hombres estaban contentos pero Skammelsrud no. Sabía que habían estado cerca del desastre.
No obstante, continuaron con las expediciones. La moral era alta y sus hombres más leales rebosaban de confianza, no querían escuchar sus advertencias. Dejó que fuera la ciudad condenada quién les abriera los ojos.
No tuvo más que esperar a la siguiente expedición. Cuando se encontraban inspeccionando las ruinas sufrieron una emboscada. Una banda de No Muertos comandada por un vampiro acechaba entre las sombras y en el momento justo zombis, necrófagos y demás criaturas de la noche, cayeron sobre ellos cuando se encontraban dispersos entre las ruinas. No tuvieron tiempo de reaccionar. Olek cortó el paso al grueso de la banda y se enfrentó valerosamente a todos ellos. Aguantó lo suficiente para que el resto se pusiera a cubierto.
Logan, presa de un estado febril, se transformó en una masa de pelo, dientes y garras, poseído por el espíritu del dios Lobo y se reveló como lo que todos sospechaban, un guerrero Wulfen. Una licántropo mitad hombre, mitad lobo. Los dos lucharon valientemente pero cayeron. Huyeron de la contienda aterrados ante la visión de los muertos arrancados de su descanso eterno, pero sobrevivieron. El ogro tardó en recuperarse de sus heridas, pero las pesadillas no desaparecían, por fin habían comprendido lo que era Mordheim. Fue fácil para Skammelsrud convencerles de que debían volver al plan original, eso o regresar a Norsca antes de acabar todos muertos en algún callejón infecto.
Por fortuna, un mes después aparecieron los enanos. Su jefe Kronenburg Aralsson Era un veterano guerrero y periódicamente conducía a sus hombres a Mordheim en busca de oro. Era un grupo reducido. A Aralsson no le gustaba correr riesgos innecesarios, tenía en alta estima a sus hombres, y siempre que podía contrataba los servicios de varios espadas de alquiler de confianza para que le ayudaran a llevar a cabo el trabajo sucio. Olek era uno de los fijos. El ogro le presentó a Skammelsrud y ambos líderes se entendieron a la perfección desde el momento en que se conocieron. El nórdico era un tipo inteligente con ideas claras y Aralsson necesitaba hombres con cerebro. Era un estratega nato, su clan había dado grandes diplomáticos y comerciantes, además de guerreros. Estaba seguro de que aquella unión daría buenos frutos. Los planes del nórdico le convencieron. Era un hombre decidido. Quería contratar dos bandas que conocieran a la perfección las calles de Mordheim para llegar al corazón de la ciudad. Aralsson conocía a los tipos adecuados, la antigua Guardia de la Ciudad. Esa sería la primera, la otra era la apuesta más arriesgada. Al principio le pareció una locura. Advirtió al norteño de que no sería capaz de reclutar la banda en la que había pensado, de que era peligroso. Pero la determinación de Bjorn Skammelsrud le convenció. Dejaría que el nórdico llevara a cabo su ambicioso propósito. Aralsson puso el dinero sobre la mesa y brindó con su mejor cerveza.
Skammelsrud palpó la bolsa con el oro bajo su capa. “El oro lo puede todo”, pensó, mientras desde el fondo de la taberna un hombre con aspecto tenebroso se acercaba desde las sombras. Estaba envuelto en ropajes oscuros y ocultaba su cara bajo una capucha negra. Su rostro cubierto de cicatrices no era más terrible que el de cualquier otro de los personajes que infestaban Mordheim, pero sus ojos… sus ojos de salvaje asesino le delataban. Era él. El hombre que estaban buscando. Un hombre ávido de poder y de riqueza. Un hombre sin pasado, presente ni futuro. Era Damarcus Weasley, jefe de la banda de ‘Los Macabros’, magíster del Culto de los Poseídos. No había nadie que conociera mejor las entrañas de Mordheim.